El Señor sonrió. -Me da gusto que aprecies lo que yo tanto me he esforzado por crear. Pero dime, ¿acaso hay algo que te haga falta? Noto que en tus ojos hace falta cierto brillo, ese brillo que sólo se tiene cuando uno es completamente feliz.- -Pues- contestó la niña, -a decir verdad, estoy algo solita. Me gustaría mucho que tú, Señor, me hicieras un compañero, pero no un compañero cualquiera. Me gusta tanto tu creación que me encantaría que mi compañero pudiera reflejar toda ésta. ¿Podrás hacer esto por mí?- -Ciertamente- contestó el Señor. -Haré mi más grande esfuerzo por complacerte.-
Entonces el Señor se frotó las manos intensamente y suspiró. Tomó las arenas más blancas y puras, y con éstas formó un cuerpo. Le robó unos rayos al sol de la mañana, y los colocó suavemente como cabellos. Tomó 2 pétalos de una rosa de la paz, y se los acomodó como sus labios. Una a una fue tomando diversas cosas del jardín para formar a este compañero perfecto. Le dio manos suaves y calientitas como un gatito. Le dio la capacidad de abrazar como un oso grande y tierno. Le dio una risa dulce como el sonido de un arroyo. Lo impregnó de música como la que hace el viento al pasar entre los árboles. Y, finalmente, le formó un corazón tan vivo, grande y tierno como un conejito recién nacido.
La pequeña niña observó todo esto maravillada. Lágrimas de felicidad fluían de sus ojos. -Gracias- dijo ésta entre sollozos, -él es más de lo que yo algún día me pude imaginar. Gracias porque has hecho al compañero perfecto para mí.-
1 comment:
aaaaaaaaaaaaaaaaa jaja este casi me hace llorar
Post a Comment